Había una vez una hormiga que tenía un sueño: quería ser un caballo.
En los paseos que la hormiga hacía por el campo había visto muchos animales diferentes a ella: ranas, abejas, zorros, conejos, ciervos… pero el animal que más le gustaba y admiraba era, sin lugar a dudas, el caballo.
Cada vez que veía uno pensaba: “¡los caballos son enormes!, con esas patas tan grandes seguro que pueden ir y hacer lo que quieran. Cómo me gustaría ser un caballo para que cuando las demás hormigas me viesen me respetasen”.
Un día la hormiga quiso crecer. La ambición del pensamiento.
Cada vez que la hormiga volvía a su casa se miraba al espejo y pensaba para ella misma: “con este tamaño nunca podré ser un caballo”. Las hormigas somos muy astutas, pero también somos muy pequeñas, ¡nada que ver con los grandes caballos!
Un día, estaba la hormiga pensando en qué tenía que hacer para crecer, y de pronto tuvo una idea: “¡Ya está! ¡Lo tengo! si engordo mucho me haré más grande y me convertiré en caballo! ¡Soy un genio!” Y desde ese momento la hormiga empezó a comer sin parar.
Comía todo lo que encontraba a su paso: hojas secas, semillas, gusanos, bellotas, ¡incluso se comió a otras hormigas más pequeñas y bonitas que ella! La hormiga creció y creció hasta alcanzar el tamaño que ella quería, el de un caballo.
Se hizo tan grande que empezó a dar miedo a los demás. Había quien confundía el pensamiento con la realidad.
Una vez que alcanzó el tamaño que quería empezó a comportarse como si fuese un caballo. Pero por más que intentaba trotar a galope no podía hacerlo, ella tenía más patas que un caballo. También intentó relinchar pero por su boca salía un ruido que no se parecía nada al que hacían los caballos.
El resto de animales del bosque miraban a la hormiga horrorizados. Tenían miedo de ella, era tan grande que pensaban que se los podía comer. ¡Ellos solo veían una hormiga gigante y negra!
La hormiga se había hecho tan grande cómo un caballo, pero para su asombro ¡seguía teniendo forma y color de hormiga! “¿Cómo puede ser esto? ¡Con todo lo que me he esforzado para ser un caballo! ¡Si hasta tengo su tamaño!”
Un día un colibrí le enseñó un espejo. El pensamiento vio qué solo era un pensamiento.

La hormiga estaba confundida, era tan grande como un caballo, se sentía como uno, pero no podía hacer las cosas que los caballos hacían. Un día, se encontró un colibrí y le preguntó: “colibrí ¿Qué me pasa? ¿Qué es lo que soy? ¿Soy un caballo o una hormiga?”
El colibrí le miró de arriba abajo y sin decir nada, se marchó. Minutos después volvió con un espejo que colocó delante de la hormiga para que esta pudiese mirar su reflejo detenidamente.
La hormiga se miró. Observó sus dos grandes antenas, las pinzas de su boca, la forma de su cabeza, sus seis patas ahora gigantescas. Se dio cuenta de que cuanto más se miraba en el espejo más pequeña se hacía.
Después de mucho mirarse la hormiga volvió a recuperar su tamaño normal. Cuando esto ocurrió el colibrí se marchó volando. La hormiga volvió a su casa con un único pensamiento en su cabeza: “podré cambiar de tamaño pero siempre seré una hormiga”
A lo largo de mi camino me he cruzado con muchas personas que pese a ser caballos pensaban que eran hormigas. Estas personas suelen alojar pensamientos y emociones que a veces cobran vida y tienen sus propios complejos. No es raro encontrarnos con pensamientos que son hormigas con complejo de caballos. Afortunadamente esos pensamientos son hormigas por mucho que crean ser caballos. ¿Y si miramos cada cosa como lo que es y no como lo que creemos que es?
Gracias Andrea porque la hormiga no se hubiera dado cuenta de no ser por el colibrí